top of page

La Adoración Nocturna nació en roma en 1809 durante el Pontificado de Pío VII. Su iniciador fue el Sacerdote Santiago Sinibaldi, Canónigo de Santa María In Vía Lata; su objeto fue y es todavía en Roma, la Adoración del Santísimo Sacramento durante la noches, en el Jubileo de las 40 horas que son continuas.
Su erección canónica como cofradía data del 23 de diciembre de 1815, pues bajo el patrocinio de la Santísima Virgen María y de San Pascual Bailón y con sede central para todo el mundo en Roma en el Vicariato bajo la autoridad del Cardenal Vicario.
León XII la elevó a Archicofradía el día 27 de abril de 1824. Pío X, el 8 de agosto de 1906 le concedió el privilegio de agregarse en perpetuo todas las Asociaciones o Pías Uniones Canónicamente erigidas que tengan por objeto la Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento
A partir de su fundación, todos los Sumos Pontífices han sido Adoradores. Pío VII, León XII, Pío VII, Gregorio XVI; Pío IX siendo Papa, quiso expresamente inscribirse en la Adoración Nocturna y no se diga del Eucarístico, Hoy San Pío X, León XII la enriqueció con singulares favores; Benedicto XV fue Presidente, antes de ser elevado a la Catedral de San Pedro; Pío XI y Pío XII demostraron su especial afecto hacia la Adoración Nocturna mandando imprimir a sus propias expensas el Ritual de la misma, con la traducción en Italiano.

 

Hermann Cohen nació en Hamburgo (Alemania) el día 10 de noviembre de 1820 en el seno de una acaudalada familia hebrea. Sus padres, David Abraham Cohen y Rosalía Benjamín, se esmeraron en proporcionarle una cuidada educación, y, estando especialmente dotado para la música, recibió una exquisita preparación, de forma tal que tocaba diestramente el piano a los 6 años, y, desde los 12, era concertista. Se convirtió en discípulo predilecto de Franz Liszt, en Ginebra, de quien llegó a ser auxiliar.

Desde su adolescencia, y llevado de la mano de personajes de la época, frecuentó la frívola sociedad parisina. Culto, refinado, educado y elegante, era el retrato más acabado del “progresista” de la época, al tiempo que era incrédulo, vanidoso, derrochador y egoísta. En París, fue asiduo concurrente de los salones más distinguidos, en los que brillaban con luz propia las figuras del recién nacido Romanticismo. En ellos, alternó con Victor Hugo, Alfred de Vigny, Alfred de Musset y, entre los músicos, con el insuperable Frédéric Chopin. Era una sociedad brillante, creadora en el aspecto artístico, bohemia y anticristiana. En este ambiente, Hermann Cohen entró en el círculo de amistades de la escritora George Sand, amante, entonces, de Frédéric Chopin, y fue testigo de sus múltiples devaneos, de los que sólo han perdurado la memoria del de Musset, con su viaje a Venecia, y del de Chopin, con su invierno mallorquín.

Hermann Cohen, concertista famoso y unánimemente elogiado, conoció a fondo los ambientes más refinados de Paris, Ginebra, Hamburgo, Venecia... Distinguido, elegante y de hermosa figura, se dejó llevar por su carácter voluble y vanidoso, deslizándose por una vida de despilfarro y de lujo. También en esta época, conoció lo que sería una de sus grandes pasiones: el juego. Se entregó a él con toda vehemencia, buscando las grandes emociones que proporciona el caprichoso azar.

Un viernes de mayo de 1847, cuando Cohen contaba veintiséis años, su amigo el príncipe de la Moscowa le pidió muy encarecidamente que le sustituyera en la dirección de un coro de aficionados que había de actuar en la iglesia de Santa Valeria, dentro de los cultos del mes de María. Hermann Cohen consideró que no podía negarse y acudió puntualmente al templo. Aquél fue su Camino de Damasco.

El coro, bajo la batuta de Cohen, actuó con toda normalidad, pero cuando, en el momento final del acto, el sacerdote dio la bendición con el Santísimo, experimentó “una extraña emoción, como remordimientos, por tomar parte en la bendición ... Sin embargo, la emoción era grata y fuerte, y sentía un alivio desconocido.” Era el principio de su conversión. Desconcertado, volvió a la iglesia los viernes siguientes y, siempre que el sacerdote bendecía con la custodia a los fieles arrodillados, experimentaba la misma sensación: Sentía una emoción tan inenarrable que habría llorado abundantemente si el respeto humano no lo hubiera retenido. No sabía cómo explicar estas emociones desconocidas, extraordinarias, que se apoderaban de él siempre en las mismas circunstancias.

Fue el primer toque de la gracia que, meses después, remachó en la iglesia de Ems, en Alemania, a donde Hermann se había trasladado para dar un concierto. Era el 8 de agosto y asistía a la Misa: “En el momento de la elevación, sintió de pronto, a través de sus párpados, un diluvio de lágrimas que no cesaban de correr abundantemente a lo largo de sus mejillas. Mientras las lágrimas le estaban así anegando, de lo más profundo del pecho, le surgían los más dolorosos remordimientos por toda su vida pasada.... Al salir de esta iglesia de Ems, era ya, de corazón, cristiano.”

Pasado el mes de mayo, y, con él, las solemnidades musicales en honor de María, Hermann, sin saber el motivo del fuerte sentimiento que lo dominaba., volvía cada domingo a Santa Valeria para asistir a Misa. Sería muy extenso comentar su largo camino hacia la conversión, en el curso de la cual renunció a su superficial vida anterior, sufriendo el abandono y las burlas de sus antiguos amigos, entre los que se contaba el anarquista revolucionario Bakunin, que no comprendían, en absoluto, el cambio experimentado por Hermann Cohen en tan poco tiempo.

No sabemos a través de quién, conoció a un sacerdote, llamado Legrand, quien lo acogió benévolamente y, poco a poco, le fue instruyendo mediante una sólida formación cristiana, llena de vida y calor. Como hombre culto, Hermann Cohen necesitó poco tiempo para aprender cuanto era necesario y, pronto, quedó fijado el día del bautismo para el 28 de agosto, día en que la Iglesia celebra la fiesta de San Agustín, en la capilla de Nuestra Señora de Sión, una capilla que le traía muy buenas sensaciones a Hermann, porque allí recibió el bautismo el Padre Alfonso Marie Ratisbonne, al igual que él, de raza hebrea. Al recibir las aguas del bautismo, tomó el nombre de Agustín María Enrique. Él mismo dice, hablando de los íntimos sentimientos que experimentó al recibir el bautismo: “...de pronto, mi cuerpo se estremeció y sentí una conmoción tan viva, tan fuerte, que no sabría compararla mejor que al choque de una máquina eléctrica. Los ojos de mi cuerpo se cerraron al mismo tiempo que los del alma se abrían a una luz sobrenatural y divina Me encontré como sumido en un éxtasis de amor....”

Una vez bautizado, se empeñó, sobre todo, en atraer a los judíos al catolicismo. Por consejo de varios de sus nuevos amigos, expresó este deseo a Monseñor De la Bouillerie, Vicario de París. Éste le aconsejó dejar estas intenciones por el momento, y dedicarse por entero a su formación cristiana. El día 3 de diciembre de 1847, Monseñor Affre, arzobispo de París, le administró el sacramento de la Confirmación. Igualmente, y por consejo de Monseñor de la Bouillerie, Cohen se dedicó a saldar sus numerosas deudas de juego, que eran importantes y “de honor”, si hemos de hacer caso al dicho público. Hermann Cohen las pagó a fuerza de conciertos y, tras vencer diversas dificultades, pudo, por fin, cumplir su anhelo de ingresar en el Carmelo.

 

Hermann Cohen

bottom of page